De noche, el campo quieto, los tres subidos al tanque de agua, de ésos, los grandes.
Cagados de frio, pero contentos. Después de tres escaleras con sus trescientos escalones, llegamos a la cima.
Te prendiste uno y nos quedamos ahi, mirando la noche densa, hablando de nada y de todo, quemando.
De pronto la sacudida. El horror.
El tipo salió de la nada y se me vino encima, yo luché como pude.......él cometió un error.
Trastabilló, en un movimiento torpe y sin sentido -eso te pasa por hijo de puta-. Cayó.
Vimos como se reventaba la cabeza en el cemento, vimos el momento previo, su cara de odio y desesperación.
Caía.
Caía como una hoja planeando despacito, como en cámara lenta -o quizás eramos nosotros, ese momento fue eterno.
De su cabeza ahora salía agua, mucha agua, chorreaba por todos lados.
Se había abierto en dos.
Te volteaste a verme, ella ya no estaba.
Tus ojos rojos de faso y miedo, entendiendo.
Lo corruptible del cuerpo, su desintegración.
A la mañana siguiente ya no había nada, sus huesos no estaban, solo el tanque de agua, sin agua.
Lleno de hormigas, de las grandes, de las rojas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario